El rey que murió por un mono y cambió la historia: el trágico destino de Alejandro I de Grecia
Por María Cruz*
Una corona prestada, un amor secreto y un mono fatal: el reinado fugaz de Alejandro I
A veces, la historia supera cualquier ficción. En 1917, Alejandro I de Grecia fue coronado rey de manera interina tras la abdicación forzada de su padre, Constantino I. Nunca fue preparado para gobernar, pero terminó al frente de una nación dividida durante la Primera Guerra Mundial. Su reinado duró apenas tres años, hasta que un accidente tan improbable como trágico lo llevó a la tumba.
El 2 de octubre de 1920, mientras paseaba por los jardines del Palacio Tatoi, a las afueras de Atenas, Alejandro intentó separar una pelea entre su perro Fritz y un mono del viñedo real. Otro mono apareció en escena y atacó al rey, mordiéndolo en la pierna y el torso. Las heridas, mal atendidas, se infectaron. Tres semanas después, el joven monarca de 27 años falleció por una septicemia.
El episodio fue tratado con discreción en su momento. Se consideraba escandaloso que un rey muriera por el ataque de un animal doméstico. La demora en su atención médica, sumada a la presión por ocultar el incidente, selló su destino. Su muerte no solo fue trágica, sino también un punto de inflexión para la monarquía griega.
Del amor prohibido al linaje perdido
Más allá del absurdo final, Alejandro vivió un amor que desafió los límites impuestos por la nobleza. Se enamoró de Aspasia Manos, hija de un coronel griego, considerada plebeya por la realeza. La familia real y el primer ministro Eleftherios Venizelos se opusieron a la relación, pero la pareja se casó en secreto en 1919. Su unión no fue reconocida oficialmente, y Aspasia fue desterrada a París.
Cuando Alejandro murió, Aspasia estaba embarazada de su única hija, Alexandra. El nacimiento fue póstumo y su reconocimiento como princesa llegó un año después, gracias a la intervención de la reina Sofía, abuela del rey. Alexandra se casó con Pedro II de Yugoslavia y se convirtió en la última reina consorte de ese país antes de la abolición de la monarquía.
Las consecuencias de una muerte absurda
La muerte de Alejandro I provocó un efecto dominó. Su padre regresó del exilio para retomar el trono, pero su segundo mandato duró poco. Finalmente, el heredero legítimo, Jorge II, asumió la corona, aunque su reinado también fue breve y turbulento. Las inestabilidades sucesivas derivaron en la proclamación de la República en 1924.
El trágico reinado de Alejandro I dejó una huella imborrable. Su muerte alteró la línea de sucesión, debilitó la corona y aceleró el ocaso de la monarquía en Grecia. Hoy, más de un siglo después, su historia sigue capturando la imaginación colectiva por lo insólito de su final y las consecuencias políticas que desencadenó.