Lula frente a su segunda prisión, 38 años después
El 19 de abril de 1980 el entonces emergente y novedoso líder sindical Luiz Inácio Lula da Silva era llevado detenido durante 31 días por la dictadura militar por comandar las huelgas de las fábricas del Gran San Pablo en reclamo de aumentos de salarios.
El mismo mes de abril pero 38 años después encuentra a Lula, que se transformó en el mayor líder popular de la historia de Brasil, frente una condena tras las rejas de 12 años y un mes por corrupción, en la Operación Lava Jato.
Lula pone a prueba su mito, su legado, en un país dividido que se sacrificó en el altar de la Operación Lava Jato, que muestra su mayor trofeo en un año con elecciones previstas para octubre.
Si estará tras las rejas, será el preso con mayor apoyo popular del mundo: al mismo tiempo que es humillado hacia la prisión por corrupción, es el favorito a vencer a todos sus rivales en las elecciones de este año.
«No estamos juzgando aquí el gobierno de Lula, apenas un habeas corpus, sin desconocer el avance del país y la recomposición del ascenso social de millones de personas», dijo el juez Luis Barroso, quien votó contra el ex mandatario en el Supremo Tribunal Federal.
Lula debe perder la libertad luego de haber sido encontrado culpable de la causa que sus seguidores creían la más fácil: la propiedad oculta de un departamento en Guarujá, litoral de San Pablo.
El año pasado el fiscal Deltan Dallagnol, jefe del equipo de Lava Jato y conocido por decir que el caso es «obra de Dios» a favor de Brasil, presentó a Lula como jefe de una banda que desviaba dinero de Petrobras y que el departamento era parte de ese pago.
El propio juez Sérgio Moro, que lo condenó en primera instancia, reconoció que no se pudo demostrar la vinculación entre contratos de Petrobras y el departamento que está en nombre de la constructora OAS y que Lula dijo que rechazó comprar. Entendió, sí, que hubo una entrega del departamento como parte de donaciones encubiertas al Partido de los Trabajadores.
Lula llega al umbral de la cárcel evaluado, según Datafolha, como el mejor presidente de la historia. Dejó el gobierno en 2010, haciendo su sucesora a Dilma Rousseff, con el 89% de imagen positiva y casi 50 millones de personas que saltaron de clase social, con una nación que era la octava economía del mundo y con las heridas de la desigualdad y la esclavitud a flor de piel.
Con la explosión de la Operación Lava Jato, ex funcionarios delatores pasaron a afirmar que robaban dinero de Petrobras y que recibían dinero de constructoras que lograban contratos y también abastecían a un sistema de partidos que se reveló casi pornográfico, con Odebrecht como principal nombre corruptor.
Odebrecht fue, para el gobierno de Lula, uno de los principales brazos del mercado privado para la internacionalización de las empresas brasileñas.
En el marco de la caída de Rousseff en 2016, la Operación Lava Jato ya tenía a Lula entre ojos y el líder sindical vio su imagen erosionada en una sociedad dividida.
La TV Globo, la más importante del país, editorialmente decidió respaldar de manera abierta a la Operación Lava Jato y pobló de expedientes las pantallas, mostrando a un Lula vinculado con la corrupción.
Al calor de la Operación Lava Jato, la maquinaria parlamentaria destituyó a Rousseff con el empujón de Michel Temer. El presente de Lula se explica mucho con la caída de Rousseff, de quien intentó ser jefe de gabinete para salvar el gobierno. Y, según sus críticos, para ganar fueros.
La imagen de la salida de Rousseff, vestida de blanco, del Palacio del Planalto, destituida tras 12 años de gobiernos del PT, dejó a Lula destruido: se lo vio acompañando la salida de su sucesora casi en lágrimas, perdiendo el poder.
Con la erosión del gobierno de Temer y la falta de credibilidad de sus críticos y hasta de la caída en la admiración a la Operación Lava Jato, la población vio a Lula como el portador de los buenos viejos tiempos de la primera década del 2000.
Ese es el principal motivo de su favoritismo, además de la escasez de oferta electoral.
Ahora, es todo un misterio lo que ocurrirá con el legado de Lula o el futuro de Lula. La mandelización de su figura en los últimos días fue una constante en la conducción del PT.
Una mandelización de aquel niño que a inicios de la década del 50 escapó con 7 años del hambre y la sequía
de Garanhuns, estado de Pernambuco, para un viaje de tres días con sus hermanos y su madre hacia el estado de San Pablo, del que se decía iba a tener fábricas y necesidad de empleo.
Con la escuela primaria apenas como su fuente educativa formal, Lula se codeó con los principales líderes mundiales y desde un sindicato suburbano construyó el mayor partido de izquierdas de América Latina.
Su política de alianzas de clases lo llevó a un gobierno de pactos tanto económicos como políticos en el ya lejano 2003, cuando ganó su primera elección después de tres intentos.
Pero el tsunami llamado Lava Jato arrasó con Lula y también con la fidelidad de los jueces nombrados en los 12 años del PT. De los seis votos en contra, cuatro magistrados fueron nombrados por Rousseff.
La semana pasada dos colectivos de la caravana de Lula por el sur del país fueron baleados.
El fantasma del asesinato del mayor líder popular de Brasil rondó los días más difíciles que está viviendo Lula, el hombre que hace 38 años fue llevado a la cárcel y salió de ella convertido en líder indiscutible, el que protagoniza una vida de película, de un self made man con aires socialistas, al que llaman a secas «El hijo de Brasil».