Histórica destitución de Dilma Rousseff convirtió a Michel Temer en el nuevo presidente de Brasil
La crisis brasileña originada en las acusaciones por fraude fiscal contra Dilma Rousseff entró hoy en la historia con la destitución de la mandataria, al cabo de un juicio político cumplido a derecho desde lo formal pero polémico en cuanto a su origen, que convirtió a Michel Temer en el nuevo presidente constitucional.
La crisis brasileña originada en las acusaciones por fraude fiscal contra Dilma Rousseff entró hoy en la historia con la destitución de la mandataria, al cabo de un juicio político cumplido a derecho desde lo formal pero polémico en cuanto a su origen, que convirtió a Michel Temer en el nuevo presidente constitucional.
Por 61 votos contra 20, Rousseff fue expulsada por violar la ley de responsabilidad fiscal, un motivo de escaso peso que hizo que la ex presidenta asegurara que hoy sufrió «el segundo golpe de Estado» de su vida.
La decisión, en medio de una crisis económica y política vinculada con la corrupción que afecta a todos el sistema político, el avance judicial a otros poderes y un Legislativo perseguido por denuncias, le puso fin a 13 años de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), impulsor de inéditas políticas de inclusión social.
Y de esta manera, el Partido del Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB), la fuerza más grande del país, llega al máximo poder nuevamente por la vía indirecta, tal como ocurrió con José Sarney en 1985 e Itamar Franco en 1992, luego de haber acompañado al PT en los años de Rousseff con Temer como vice.
El resultado ya era esperado pero tuvo una novedad: el Senado dividió la votación en dos y Dilma logró superar por 42 votos contra 36 y 3 abstenciones la sentencia a la inhabilitación para cargos públicos, lo que dividió a la base oficialista de Temer y llevó al ex candidato presidencial Aecio Neves a anunciar que apelará la decisión al Supremo Tribunal Federal.
De igual forma lo hará Rousseff, tanto en el plano nacional como en el internacional, para denunciar el «golpe».
«Este es un grave precedente para la región sudamericana porque cuando hay una ruptura así en Brasil existen consecuencias que van más allá de nuestra fronteras. Inventando delitos de gestión se podrán sacar del poder a intendentes, gobernadores y presidentes», dijo a Télam el abogado de Rousseff, José Eduardo Cardozo.
Temer asumió en el Senado en una ceremonia austera y sin discursos y cruzó luego la Plaza de los Tres Poderes para encabezar en el Palacio del Planalto la primera reunión de gabinete confirmado en el cargo, ya que estaba como interino desde el 12 de mayo, día en el que Dilma fue suspendida.
A los ministros les pidió «desmontar la tesis del golpe» y responderles a los adherentes de Rousseff que «golpistas son ustedes, que violaron la Constitución», antes de partir hacia China para participar de la Cumbre del G-20.
Las prioridades de Temer serán buscar mercados externos para atraer inversiones y colocar en la agenda parlamentaria urgente la reforma jubilatoria y el techo de gastos para el presupuesto.
El presidente se quejó de la votación que no pudo inhabilitar a Rousseff a ejercer cargos públicos como «algo inadmisible» en la base de gobierno. «El que no está de acuerdo con el gobierno que venga acá y que hable o que pase a la oposición», advirtió en su primer mensaje en el que pidió «firmeza».
De las largas sesiones en las que se desarrolló el tramo final del juicio político quedaron flotando frases altisonantes y el recuerdo de diversas escenas de gritos y acusaciones escandalosas.
«¡Se acaba el populismo y el bolivarianismo en Brasil, el de la irresponsabilidad con el presupuesto que nos ha llevado a la peor crisis de los últimos tiempos, que ha quebrado a Petrobras por la corrupción!», dijo en su encendido discurso el senador Ronaldo Caiado, un ganadero del Partido Demócratas.
Los parlamentarios que apoyaron a Rousseff en la votación hicieron discursos buscando una épica en la historia y todos lo compararon con el golpe militar de 1964 contra Joao Goulart.
«Canallas, canallas, canallas, condenando a una presidenta inocente. Van a quedar marcados en el tacho de basura de la historia», les dijo el senador Lindbergh Farias, del Partido de los Trabajadores.
El Congreso se transformó en un hervidero. Había quejas de todos y para todos. Aecio Neves, candidato derrotado por Rousseff en 2014, afirmó que «ha vencido la democracia y la defensa de la Constitución», mientras que Gleisi Hoffman, del PT y ex ministra de Rousseff, sostuvo que «era un día trágico para la historia del país».
En la Avenida Paulista de San Pablo, un puñado de militantes que acampaban frente a la sede de la Federación de Industrias (Fiesp) festejaron con torta y champagne, mientras que hubo fuegos artificiales en los barrios de Morumbí e Higienópolis, los más ricos de la mayor urbe sudamericana.
Apenas se conoció el resultado de la votación, los impulsores del impeachment cantaron el himno nacional y los del bloque de Rousseff portaron pancartas con la palabra «Vergüenza» y «Es Golpe».
Unas 3.000 personas de los movimientos sociales y sindicales respaldaron a Rousseff en la puerta de su residencia, el Palacio de la Alvorada, donde la ex mandataria siguió por televisión la votación. Era un resultado esperado.
Rápidamente, convocó a la prensa para hacer un anuncio. Allí se congregaron ministros y parlamentarios con los ojos vidriados que repetían cánticos con la palabra «golpe» y «Fuera Temer».
Vestida de rojo y acompañada por el ex presidente Lula da Silva, su mentor político, Dilma dijo que lo de ahora no es un «adiós sino un hasta luego».
«Es el segundo golpe de Estado que enfrento en la vida. El primero, el golpe militar, apoyado por la truculencias de las armas y la tortura, me alcanzó cuando era una joven militante. El segundo fue ahora por una farsa jurídica, me derroca del cargo para el cual fui elegida por el pueblo», sostuvo.
«Haremos la oposición incansable que un gobierno golpista merece», sostuvo la ahora ex mandataria, quien citó al antropólogo Darcy Ribeiro al afirmar: «No me gustaría estar en el lugar de los que se juzgan vencedores».
Denunció que «el golpe de Estado también es el avance del machismo y la misoginia contra la sociedad brasileña».
Rodeado en el gigante Palacio de la Alvorada por cientos de militantes de los movimientos sociales que gritaban «Dilma guerrera, de la patria brasileña», Rousseff se fue llorando.
En pocos días debe dejar la residencia presidencial y viajar a Porto Alegre: como ex presidenta tendrá derecho a ocho asistentes, entre ellos custodios.
A partir de ahora, dijo a Télam MIguel Rossetto, último ministro de Trabajo, habrá dos líneas de trabajo: «Elecciones ya» y «Fuera Temer».
Otro sector del PT pretende activar la consigna «Lula 2018», aunque el ex presidente debe enfrentar la acusación de corrupción que le hizo una denuncia de la policía federal por vinculaciones con la Operación Lava Jato, el escándalo en Petrobras y la financiación de la política que erosionó, hasta su caída, a Rousseff, quien paradójicamente no tiene acusaciones en su contra.